Una de las principales consecuencias de la desaparición de dientes es la pérdida de hueso dental. Al cabo de pocas semanas, el proceso de destrucción comienza, y cuanto más se tarde en reemplazar los dientes, mayor será la degradación del hueso.
Hay que tener en cuenta que el hueso está en constante evolución, gracias al estímulo de la actividad bucal. La masticación influye en que la masa ósea se regenere, pero esa característica se pierde en los espacios sin dientes porque al desaparecer la raíz, se anulan las señales que mueven a reconstituir el hueso. Como resultado, la densidad ósea se disuelve, primero en anchura y finalmente en altura.